Escrito por Digital Alternativo
D.A. / Opinión / Antonio Martínez Llamas. Escritor
Después de treinta y ocho años todo sigue igual. Lamentablemente así
es, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel febrero angustioso
de 1976, cuando el éxodo saharaui se concretó en una huida denigrante
hacia la hamada de Tinduf. Una fuga apresurada y llena de miedos: las
bombas marroquíes matando a cuanto se movía entre las dunas; los niños
sentándose a su desdichada suerte cuando la deshidratación los vencía;
los viejos renegando por no haberse muerto antes de aquella falacia; las
mujeres embarazadas sabiendo que parirían hijos apátridas; y los más
jóvenes enjugando su desesperación bajo el epígrafe militar del recién
parido Frente Polisario. España se había cagado en los pantalones, y
permitió que la provincia 53 pasara así sin más, por medio de un juego
macabro y deshonroso, a manos de la corona aluita. En bandeja de plata
se lo pusieron a Hasán II. Y él sabía cómo aprovecharlo.
El Gobierno presidido por Arias Navarro estaba confundido a causa de la muerte reciente de Francisco Franco el Generalísimo,
y lo que menos convenía era que el Sáhara Occidental fuera otro
quebradero de cabeza. El "asunto de la provincia 53" se concretó en un
abrir y cerrar de ojos. Se firmaron el 14 de octubre de 1975 los Acuerdos de Madrid,
y España cedía "lo suyo en África" a la voracidad de Marruecos y
Mauritania. Ni un solo disparo, ni una sola intentona de artificio
militar, no fuera que se asustaran las gaviotas. Ni siquiera fue
preciso disimular ante el mundo. La Operación Golondrina
sancionada desde Madrid vació de civiles y militares, en poco más de
sesenta días, el Sáhara Occidental. El Gobierno de España había sido
claro y urgente, sin eufemismos que confundieran los términos: "Que solo
queden ahí los saharauis y que se coman con dátiles y leche de cabra
esa mierda de desierto".
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