La capital catalana es la cuarta ciudad del mundo en número de consulados, tras Hong Kong, Nueva York y Hamburgo | Dos tercios de las 92 legaciones están encomendados a cónsules honorarios, catalanes que representan a otro país | El cuerpo consular recibió en abril la Creu de Sant Jordi por dar eco internacional a Barcelona y Catalunya
El prestigio internacional de una gran ciudad se mide también por el interés diplomático que despierta, y Barcelona ha demostrado su capacidad para atraer consulados, la máxima representación extranjera oficial en ciudades que no son capital de un estado. La capital de Catalunya alberga 92 consulados, lo que la convierte en la cuarta ciudad del mundo con mayor número de oficinas consulares, tras Hong Kong, Nueva York y Hamburgo.
El primado de Estados Unidos y cónsul de Lesseps
Con tales antecedentes, la fama consular de Barcelona ha ido creciendo. En 1992, había en la ciudad unos 40 consulados, pero el gran impulso internacional de los Juegos Olímpicos desencadenó un boom de aperturas consulares que situó Barcelona en el tercer puesto del ranking mundial. Últimamente, ha sido sobrepasada por otra ciudad europea, Hamburgo, como también Nueva York, que tuvo el primado durante decenios, ha sido desbancada del primer puesto por Hong Kong.
Dos tercios de esos consulados están encomendados a cónsules honorarios, es decir, a personas que no proceden de carrera diplomática, y que no tienen por qué ser ciudadanos del país al que representan. En Barcelona ejercen 33 cónsules de carrera y 59 honorarios, y estos últimos son, en aplastante mayoría, catalanes. "En general, hay en la ciudadanía un gran desconocimiento sobre los cónsules honorarios; la gente se sorprende de que seas de aquí y representes a otro país", dice Josep M. Calmet, cónsul honorario de Canadá y secretario general del cuerpo consular.
Suelen ser razones presupuestarias, de lejanía geográfica o de carácter histórico o geopolítico las que impulsan a un país a optar por uno u otro tipo de legación. "Hay que desterrar la idea de que los países importantes tienen cónsules de carrera y los menos importantes apuestan por los honorarios", arguye Manuel Antonio Condeminas Hughes, cónsul honorario de Malasia, que fue durante 21 años secretario general de los cónsules de Barcelona.
Países de gran peso internacional como Estados Unidos –cuya representación consular, inaugurada en 1797, es la más antigua de la ciudad–, China, Francia, Italia, Alemania, Brasil o Japón tienen aquí cónsules de carrera. Pero también hay países relevantes en el concierto de las naciones que se han decidido por consulados honorarios, como Canadá, Australia, Austria, India, Sudáfrica y algunos países escandinavos.
Por sus vínculos históricos con España, los grandes países latinoamericanos (México, Colombia, Argentina, Venezuela, Chile) quieren para Barcelona cónsules de carrera; y otros países como Honduras, Guatemala o El Salvador optan por honorarios.
Los países que apuestan por tener cónsul honorario suelen ficharlo escudriñando a fondo la sociedad civil en busca de personas con implantación empresarial, comercial, política o profesional. En este sentido, el cuerpo consular es una gran arma de proyección exterior para Barcelona y Catalunya, encarnada en cónsules de carrera que informan a sus respectivos países, pero aún más quizá en los honorarios.
"Un consulado es un altavoz desde donde se da a conocer la realidad de Catalunya, que llega distorsionada al extranjero –reflexiona Albert Ginjaume, cónsul honorario de Finlandia–. Suelen considerarnos una cultura distinta a la española, creen que somos todos independentistas y que aquí hay muchos problemas lingüísticos. Nosotros les decimos que es una cultura distinta pero no excluyente, que la mayoría de los catalanes no se sentirían cómodos en un país independiente, y que catalán y castellano conviven bien".
De hecho, la convicción de que el cuerpo consular es un activo que mimar indujo al Govern de la Generalitat a concederle la Creu de Sant Jordi el pasado abril, con el argumento de que "sus miembros han contribuido con eficacia a la proyección de Barcelona y a los intercambios internacionales de la economía, la cultura, la ciencia y la sociedad catalanas". Los cónsules poseen también la Medalla d'Honor de Barcelona, otorgada en el 2006.
A partir de enero, además, la Generalitat cederá al cuerpo consular un local cerca de la plaza Sant Jaume, donde tendrá su sede permanente el comité ejecutivo por el que se rigen los cónsules, tanto diplomáticos como honorarios. Por norma, es decano el cónsul general de carrera con más años en Barcelona, e igual criterio se sigue para el vicedecano primero; ocupan ahora esos puestos los cónsules generales de México, Jaime García Amaral, y Ucrania, Yuri Klymenko, respectivamente. El vicedecano segundo y secretario general es siempre un cónsul honorario; y para ese cargo fue elegido el año pasado Josep M. Calmet.
"En esta ciudad hay gran sintonía entre cónsules de carrera y honorarios, y los que somos de aquí procuramos asistir a los extranjeros en logística y conocimiento del territorio", asegura Condeminas, honorario de Malasia y anterior secretario general.
En Barcelona abundan en las filas honorarias nombres relevantes del ámbito económico y social, como Bruno Figueras (Australia), presidente de la inmobiliaria Habitat; Sol Daurella (Islandia), consejera delegada de Cobega- Coca Cola; Josep Manuel Basáñez (Singapur), ex presidente de Acesa y ex conseller de Economia; Joan Gaspart (Seychelles), presidente de los hoteles Husa y ex presidente del Barça, o Pere Vicens Rahola (Uzbekistán), director de la editorial Vicens Vives, entre otros. Las cónsules honorarias son pocas, reflejo de una sociedad civil catalana presidida por varones. Además de Daurella, están Adela Clemente (Bulgaria), Núria Gené (Ghana) y dos catalanas de adopción, Kristina Stenhammar (Suecia) y M. Claude Vila de Font-Riera (Senegal).
El universo consular está hecho de trámites administrativos, pero participa del aroma diplomático. Los consulados atienden a los nacionales de sus países en su demarcación –a veces es Catalunya, otras se extiende a Aragón y/o a Baleares– y fomentan las relaciones con el país anfitrión. En mayor o menor grado, realizan todas o algunas de estas tareas: expiden pasaportes; conceden visados; tramitan documentación; asisten a sus nacionales detenidos o procesados en España; informan sobre empresa, comercio, turismo y universidades, y funcionan como colegios electorales cuando hay comicios. Los cónsules lamentan los robos de carteras y pasaportes que sufren sus nacionales.
Tener cónsul honorario supone para el país una reducción de costes –aunque algunos cónsules cobran dietas y tienen secretaria nativa sufragada por el país– y un buen amarre local previo al nombramiento. "El honorario no cobra por sus servicios, y pone la infraestructura del consulado, normalmente en instalaciones anexas a su actividad empresarial o profesional", resume el abogado Jaume Martín Puchol, honorario de la República Checa.
Como contrapartida, los entrevistados admiten que ser cónsul honorario proporciona una pátina especial. "Hay una retribución en forma de prestigio, relaciones y contactos que, de modo absolutamente legítimo, pueden ser útiles para la actividad profesional del cónsul", aclara Puchol.
Los honorarios proclaman su aprecio por los países a los que representan, "y la satisfacción moral de sentirse funcionario público, en el mejor sentido de la palabra, a catorce mil kilómetros de distancia", dice el abogado Josep Lluís Delgado, cónsul honorario de Guatemala. "Y los honorarios de países africanos en dificultades –tercia Ramon Palou, cónsul honorario de Guinea-Bissau y responsable de relaciones institucionales del cuerpo consular– sienten estima sincera por África".
Suelen ser razones presupuestarias, de lejanía geográfica o de carácter histórico o geopolítico las que impulsan a un país a optar por uno u otro tipo de legación. "Hay que desterrar la idea de que los países importantes tienen cónsules de carrera y los menos importantes apuestan por los honorarios", arguye Manuel Antonio Condeminas Hughes, cónsul honorario de Malasia, que fue durante 21 años secretario general de los cónsules de Barcelona.
Países de gran peso internacional como Estados Unidos –cuya representación consular, inaugurada en 1797, es la más antigua de la ciudad–, China, Francia, Italia, Alemania, Brasil o Japón tienen aquí cónsules de carrera. Pero también hay países relevantes en el concierto de las naciones que se han decidido por consulados honorarios, como Canadá, Australia, Austria, India, Sudáfrica y algunos países escandinavos.
Por sus vínculos históricos con España, los grandes países latinoamericanos (México, Colombia, Argentina, Venezuela, Chile) quieren para Barcelona cónsules de carrera; y otros países como Honduras, Guatemala o El Salvador optan por honorarios.
Los países que apuestan por tener cónsul honorario suelen ficharlo escudriñando a fondo la sociedad civil en busca de personas con implantación empresarial, comercial, política o profesional. En este sentido, el cuerpo consular es una gran arma de proyección exterior para Barcelona y Catalunya, encarnada en cónsules de carrera que informan a sus respectivos países, pero aún más quizá en los honorarios.
"Un consulado es un altavoz desde donde se da a conocer la realidad de Catalunya, que llega distorsionada al extranjero –reflexiona Albert Ginjaume, cónsul honorario de Finlandia–. Suelen considerarnos una cultura distinta a la española, creen que somos todos independentistas y que aquí hay muchos problemas lingüísticos. Nosotros les decimos que es una cultura distinta pero no excluyente, que la mayoría de los catalanes no se sentirían cómodos en un país independiente, y que catalán y castellano conviven bien".
De hecho, la convicción de que el cuerpo consular es un activo que mimar indujo al Govern de la Generalitat a concederle la Creu de Sant Jordi el pasado abril, con el argumento de que "sus miembros han contribuido con eficacia a la proyección de Barcelona y a los intercambios internacionales de la economía, la cultura, la ciencia y la sociedad catalanas". Los cónsules poseen también la Medalla d'Honor de Barcelona, otorgada en el 2006.
A partir de enero, además, la Generalitat cederá al cuerpo consular un local cerca de la plaza Sant Jaume, donde tendrá su sede permanente el comité ejecutivo por el que se rigen los cónsules, tanto diplomáticos como honorarios. Por norma, es decano el cónsul general de carrera con más años en Barcelona, e igual criterio se sigue para el vicedecano primero; ocupan ahora esos puestos los cónsules generales de México, Jaime García Amaral, y Ucrania, Yuri Klymenko, respectivamente. El vicedecano segundo y secretario general es siempre un cónsul honorario; y para ese cargo fue elegido el año pasado Josep M. Calmet.
"En esta ciudad hay gran sintonía entre cónsules de carrera y honorarios, y los que somos de aquí procuramos asistir a los extranjeros en logística y conocimiento del territorio", asegura Condeminas, honorario de Malasia y anterior secretario general.
En Barcelona abundan en las filas honorarias nombres relevantes del ámbito económico y social, como Bruno Figueras (Australia), presidente de la inmobiliaria Habitat; Sol Daurella (Islandia), consejera delegada de Cobega- Coca Cola; Josep Manuel Basáñez (Singapur), ex presidente de Acesa y ex conseller de Economia; Joan Gaspart (Seychelles), presidente de los hoteles Husa y ex presidente del Barça, o Pere Vicens Rahola (Uzbekistán), director de la editorial Vicens Vives, entre otros. Las cónsules honorarias son pocas, reflejo de una sociedad civil catalana presidida por varones. Además de Daurella, están Adela Clemente (Bulgaria), Núria Gené (Ghana) y dos catalanas de adopción, Kristina Stenhammar (Suecia) y M. Claude Vila de Font-Riera (Senegal).
El universo consular está hecho de trámites administrativos, pero participa del aroma diplomático. Los consulados atienden a los nacionales de sus países en su demarcación –a veces es Catalunya, otras se extiende a Aragón y/o a Baleares– y fomentan las relaciones con el país anfitrión. En mayor o menor grado, realizan todas o algunas de estas tareas: expiden pasaportes; conceden visados; tramitan documentación; asisten a sus nacionales detenidos o procesados en España; informan sobre empresa, comercio, turismo y universidades, y funcionan como colegios electorales cuando hay comicios. Los cónsules lamentan los robos de carteras y pasaportes que sufren sus nacionales.
Tener cónsul honorario supone para el país una reducción de costes –aunque algunos cónsules cobran dietas y tienen secretaria nativa sufragada por el país– y un buen amarre local previo al nombramiento. "El honorario no cobra por sus servicios, y pone la infraestructura del consulado, normalmente en instalaciones anexas a su actividad empresarial o profesional", resume el abogado Jaume Martín Puchol, honorario de la República Checa.
Como contrapartida, los entrevistados admiten que ser cónsul honorario proporciona una pátina especial. "Hay una retribución en forma de prestigio, relaciones y contactos que, de modo absolutamente legítimo, pueden ser útiles para la actividad profesional del cónsul", aclara Puchol.
Los honorarios proclaman su aprecio por los países a los que representan, "y la satisfacción moral de sentirse funcionario público, en el mejor sentido de la palabra, a catorce mil kilómetros de distancia", dice el abogado Josep Lluís Delgado, cónsul honorario de Guatemala. "Y los honorarios de países africanos en dificultades –tercia Ramon Palou, cónsul honorario de Guinea-Bissau y responsable de relaciones institucionales del cuerpo consular– sienten estima sincera por África".
http://www.lavanguardia.es/ciudadanos/noticias/20091221/53849932148/ciudad-de-los-consules-barcelona-generalitat-hong-kong-australia-guatemala-hamburgo-malasia-josep-m-.html
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