Ex músico clásico en Barcelona, Arthur Brooks cuenta con el firme respaldo de Gingrich y Cheney para reavivar al partido republicano | "Elevar el nivel de los de abajo es muy distinto a bajar el nivel de los de arriba por equidad"
Arthur Brooks tocaba la trompa en la Orquesta Ciutat de Barcelona. Eran los años preolímpicos y a este estadounidense algo no le cuadraba. Sus vecinos del Clot no tenían interés en ir a escucharle al Palau de la Música, pero le pagaban el sueldo de empleado público con sus impuestos.
"Esto no está bien", pensaba el músico, nacido en 1964 en Spokane, en el estado de Washington. "No es democrático. No refleja las preferencias de las personas".
Brooks tardó unos años en teorizar aquella extrañeza ante la financiación de una actividad cultural con dinero del contribuyente. Lo recordaba hace unos días en la sede del American Enterprise Institute (AEI), el think-tank (laboratorio de ideas) conservador más influyente de Estados Unidos.
En un viraje profesional que en este país no resulta inusual, a los 27 años Brooks estudió economía y abandonó la trompa. Con el tiempo, se convirtió en uno de los intelectuales de referencia de la derecha. Desde hace uno año y medio preside el AEI.
Casado con la catalana Ester y padre de tres niños, de sus años barceloneses conserva un catalán excelente, hablado y escrito, además de una conciencia clara de lo que no quiere para EE.UU.: un sistema como el español –o europeo– que él llama socialista o socialdemócrata y que, en su opinión, amenaza con imponerse en su país en contra de los valores de la mayoría.
Brooks acaba de publicar La batalla (The battle), un ensayo que puede convertirse en el manifiesto de los detractores de las políticas económicas –demasiado intervencionistas, o socialistas– del presidente Barack Obama.
Algunos críticos creen que Brooks ha "intelectualizado" el Tea Party, el movimiento de base y conservador –antiestado y anti- Obama– que ha definido la oposición en el último año.
"No necesariamente les recibiría en casa a cenar. No les gusta ni la buena comida, ni la buena música, ni las cosas que nos gustan a ti y a mí –dice en alusión a los miembros del Tea Party, que la Administración retrata con un movimiento ultra–. Pero son héroes, excepcionalistas, populistas éticos, que rinden cuentas ante nuestros auténticos valores".
Newt Gingrich, el jefe republicano del Congreso en los años de Bill Clinton y figura totémica del Partido Republicano, asegura en el prólogo que La batalla es "uno de esos libros pivote sobre los que gira la historia americana". El ex vicepresidente Dick Cheney lo ha definido como "el esquema de juego para el resurgimiento del movimiento de la libre empresa".
José María Aznar, que se inspiró en el AEI para crear FAES, el think-tank próximo al PP, es un visitante habitual del despacho de Arthur Brooks. "Es extremadamente inteligente, y tiene unos principios profundos", dice de Aznar. "Ojalá en EE.UU. tuviésemos más políticos como él".
En su despacho, Brooks tiene colgados un cartel de una corrida de toros de José Tomás –a Aznar le llamó la atención cuando lo vio– y un póster de propaganda soviética para aumentar la productividad en el que se lee: "Si trabajas más, ganas más". Un ideal capitalista.
El argumento de La batalla es sencillo: las guerras políticas de nuestro tiempo entre la izquierda y la derecha estadounidenses no giran en torno a cuestiones como el aborto, las armas de fuego o los matrimonios homosexuales, sino en torno al papel del Estado en la sociedad.
EE.UU., sostiene el autor, es un país dividido. De un lado, un 70% que cree en la economía de libre mercado con la mínima intervención estatal. Del otro, un 30% –cuyo núcleo lo constituye, según esta teoría, las élites de las costas Este y Oeste– que desearía una economía más a la europea, en la que el estado limase las desigualdades.
"Estas visiones opuestas son irreconciliables: debemos elegir", escribe Brooks, convencido de que lo que hace fuerte a Estados Unidos es el choque de ideas, la polarización, y no la búsqueda del consenso.
El problema, prosigue, es que en Washington se ha impuesto esta minoría europeizada. Tras la llegada de Obama a la Casa Blanca en 2009, "existe la amenaza muy real de que la coalición del 30% transforme para siempre nuestra gran nación".
"La realidad –prosigue– es que una parte de la población americana cree en la igualdad de oportunidades mientras que otra parte cree en la igualdad de oportunidades y, además, en la igualdad de resultados".
"Querer elevar el nivel de los de abajo para que no mueran de hambre es muy distinto que querer que los de arriba bajen por una cuestión de equidad. Y esta es la diferencia entre derecha e izquierda", afirma en otro momento.
Brooks precisa que cuando llama a Obama socialista se refiere al "socialismo de estilo occidental", no el soviético. "Cuando pienso en socialista –precisa– pienso en España, pienso en el PSOE, en Felipe González, totalmente consagrado a la democracia, tanto como José María Aznar, pero es socialdemócrata. Quiere reducir los riesgos y crear más igualdad".
Brooks es católico, aunque precisa que es "un católico americano no un católico español, lo que es distinto". En Estados Unidos, dirá más tarde, "hay un libre mercado de almas" –aquí el catolicismo nunca ha sido monopolístico– que explica la religiosidad de los estadounidenses.
Su defensa del libre mercado tiene algo de religioso. "Mis opiniones sobre la economía no son pecuniarias, no son financieras", advierte. "El sistema económico debería ser un alto reflejo de nuestro yo espiritual. El dinero no es tan importante como la dignidad y la libertad".
Para Brooks la clave es la felicidad, y quien la da y la quita no es el dinero sino el earned success, el éxito ganado o merecido. La batalla lo define como "la capacidad de crear valor honestamente: no ganando la lotería, no heredando una fortuna, no recogiendo el dinero del subsidio".
Según el jefe del American Enterprise Institute, las socialdemocracias europeas, con sus impuestos, sus políticas redistributivas y su colchón social, dificultan el éxito merecido.
Y pone el ejemplo de su propio cambio de carrera: de músico de la Orquesta Ciutat de Barcelona a economista de élite en Washington. "Si trabajas en los ferrocarriles de España, no puedes irte. Eres un funcionario", dice. "Entre los menores de 25 años hay un paro del 43%. La rigidez del sistema socialdemócrata ha cortado las vías hacia el éxito merecido de los jóvenes".
Brooks, que insiste en que sus opiniones sobre España las expresa "desde la humildad completa", observa que "las conversaciones en España nunca empiezan con un ¿cómo van las cosas en el trabajo? sino con un ¿dónde irás de vacaciones?" . Y lo vincula con el hecho de que "en Europa occidental una parte no trivial de la población consume pero no invierte lo suficiente".
Este verano, irá de vacaciones a Barcelona. Como en la progre Seattle, ciudad donde creció sin conocer nunca a un votante de Ronald Reagan, en Barcelona su círculo de amistades es más bien progresista, y se mueve en un ambiente más bien bohemio (su esposa es de una familia de actores; su cuñada es Sílvia Munt).
"Barcelona es mi ciudad favorita –avisa–. Pero es difícil tener éxito allí. Hay barreras sociales y económicas".
Brooks tardó unos años en teorizar aquella extrañeza ante la financiación de una actividad cultural con dinero del contribuyente. Lo recordaba hace unos días en la sede del American Enterprise Institute (AEI), el think-tank (laboratorio de ideas) conservador más influyente de Estados Unidos.
En un viraje profesional que en este país no resulta inusual, a los 27 años Brooks estudió economía y abandonó la trompa. Con el tiempo, se convirtió en uno de los intelectuales de referencia de la derecha. Desde hace uno año y medio preside el AEI.
Casado con la catalana Ester y padre de tres niños, de sus años barceloneses conserva un catalán excelente, hablado y escrito, además de una conciencia clara de lo que no quiere para EE.UU.: un sistema como el español –o europeo– que él llama socialista o socialdemócrata y que, en su opinión, amenaza con imponerse en su país en contra de los valores de la mayoría.
Brooks acaba de publicar La batalla (The battle), un ensayo que puede convertirse en el manifiesto de los detractores de las políticas económicas –demasiado intervencionistas, o socialistas– del presidente Barack Obama.
Algunos críticos creen que Brooks ha "intelectualizado" el Tea Party, el movimiento de base y conservador –antiestado y anti- Obama– que ha definido la oposición en el último año.
"No necesariamente les recibiría en casa a cenar. No les gusta ni la buena comida, ni la buena música, ni las cosas que nos gustan a ti y a mí –dice en alusión a los miembros del Tea Party, que la Administración retrata con un movimiento ultra–. Pero son héroes, excepcionalistas, populistas éticos, que rinden cuentas ante nuestros auténticos valores".
Newt Gingrich, el jefe republicano del Congreso en los años de Bill Clinton y figura totémica del Partido Republicano, asegura en el prólogo que La batalla es "uno de esos libros pivote sobre los que gira la historia americana". El ex vicepresidente Dick Cheney lo ha definido como "el esquema de juego para el resurgimiento del movimiento de la libre empresa".
José María Aznar, que se inspiró en el AEI para crear FAES, el think-tank próximo al PP, es un visitante habitual del despacho de Arthur Brooks. "Es extremadamente inteligente, y tiene unos principios profundos", dice de Aznar. "Ojalá en EE.UU. tuviésemos más políticos como él".
En su despacho, Brooks tiene colgados un cartel de una corrida de toros de José Tomás –a Aznar le llamó la atención cuando lo vio– y un póster de propaganda soviética para aumentar la productividad en el que se lee: "Si trabajas más, ganas más". Un ideal capitalista.
El argumento de La batalla es sencillo: las guerras políticas de nuestro tiempo entre la izquierda y la derecha estadounidenses no giran en torno a cuestiones como el aborto, las armas de fuego o los matrimonios homosexuales, sino en torno al papel del Estado en la sociedad.
EE.UU., sostiene el autor, es un país dividido. De un lado, un 70% que cree en la economía de libre mercado con la mínima intervención estatal. Del otro, un 30% –cuyo núcleo lo constituye, según esta teoría, las élites de las costas Este y Oeste– que desearía una economía más a la europea, en la que el estado limase las desigualdades.
"Estas visiones opuestas son irreconciliables: debemos elegir", escribe Brooks, convencido de que lo que hace fuerte a Estados Unidos es el choque de ideas, la polarización, y no la búsqueda del consenso.
El problema, prosigue, es que en Washington se ha impuesto esta minoría europeizada. Tras la llegada de Obama a la Casa Blanca en 2009, "existe la amenaza muy real de que la coalición del 30% transforme para siempre nuestra gran nación".
"La realidad –prosigue– es que una parte de la población americana cree en la igualdad de oportunidades mientras que otra parte cree en la igualdad de oportunidades y, además, en la igualdad de resultados".
"Querer elevar el nivel de los de abajo para que no mueran de hambre es muy distinto que querer que los de arriba bajen por una cuestión de equidad. Y esta es la diferencia entre derecha e izquierda", afirma en otro momento.
Brooks precisa que cuando llama a Obama socialista se refiere al "socialismo de estilo occidental", no el soviético. "Cuando pienso en socialista –precisa– pienso en España, pienso en el PSOE, en Felipe González, totalmente consagrado a la democracia, tanto como José María Aznar, pero es socialdemócrata. Quiere reducir los riesgos y crear más igualdad".
Brooks es católico, aunque precisa que es "un católico americano no un católico español, lo que es distinto". En Estados Unidos, dirá más tarde, "hay un libre mercado de almas" –aquí el catolicismo nunca ha sido monopolístico– que explica la religiosidad de los estadounidenses.
Su defensa del libre mercado tiene algo de religioso. "Mis opiniones sobre la economía no son pecuniarias, no son financieras", advierte. "El sistema económico debería ser un alto reflejo de nuestro yo espiritual. El dinero no es tan importante como la dignidad y la libertad".
Para Brooks la clave es la felicidad, y quien la da y la quita no es el dinero sino el earned success, el éxito ganado o merecido. La batalla lo define como "la capacidad de crear valor honestamente: no ganando la lotería, no heredando una fortuna, no recogiendo el dinero del subsidio".
Según el jefe del American Enterprise Institute, las socialdemocracias europeas, con sus impuestos, sus políticas redistributivas y su colchón social, dificultan el éxito merecido.
Y pone el ejemplo de su propio cambio de carrera: de músico de la Orquesta Ciutat de Barcelona a economista de élite en Washington. "Si trabajas en los ferrocarriles de España, no puedes irte. Eres un funcionario", dice. "Entre los menores de 25 años hay un paro del 43%. La rigidez del sistema socialdemócrata ha cortado las vías hacia el éxito merecido de los jóvenes".
Brooks, que insiste en que sus opiniones sobre España las expresa "desde la humildad completa", observa que "las conversaciones en España nunca empiezan con un ¿cómo van las cosas en el trabajo? sino con un ¿dónde irás de vacaciones?" . Y lo vincula con el hecho de que "en Europa occidental una parte no trivial de la población consume pero no invierte lo suficiente".
Este verano, irá de vacaciones a Barcelona. Como en la progre Seattle, ciudad donde creció sin conocer nunca a un votante de Ronald Reagan, en Barcelona su círculo de amistades es más bien progresista, y se mueve en un ambiente más bien bohemio (su esposa es de una familia de actores; su cuñada es Sílvia Munt).
"Barcelona es mi ciudad favorita –avisa–. Pero es difícil tener éxito allí. Hay barreras sociales y económicas".
http://www.lavanguardia.es/internacional/noticias/20100708/53960491359/un-referente-intelectual-de-los-conservadores-de-ee.uu.-habla-catalan-barcelona-estados-unidos-washi.html
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